martes, 28 de junio de 2011

MI PRIMER CUENTO

Reproduzco, tras unas reflexiones acerca de mi actividad literaria, el primer cuento que escribí en mi vida: "SUSANA, EL PAYASO Y LA CARPA MÁGICA", publicado el 7 de enero de 1977 en El Diario de Castilla.


MI PRIMER CUENTO

A raíz de la publicación de mi libro de cuentos “Así me pierdo en las ciudades”, algunas personas vieron reforzada su convicción, y a bordo de ella me abordaron, de que había empezado yo a escribir recientemente, ayer como quien dice, pues lo único que sabían de mi actividad literaria era que en los últimos tiempos me gustaba componer microrrelatos. El hecho de que con estos pequeños textos hubiera ganado un par de premios el año pasado no mejoraba las cosas, por el contrario corroboraba su idea de que la suerte del principiante me acompañaba en este 2011 de manera clara, inequívoca e incluso excesiva, ya que editar un libro entero de relatos inmediatamente después de haber logrado unos pocos microrrelatos no suele encajar muy bien con la difundida creencia de que si escribir es difícil editar un libro lo es aún más.
Pues bien, he tenido que explicar a esas personas –algunas ni siquiera habían alcanzado a saber que escribía microrrelatos, sino que pensaban que no escribía en absoluto- que llevo prácticamente toda la vida escribiendo, y que si ellos desconocían esta actividad mía ha sido por la sencilla razón de que de unos años a esta parte no me había parecido oportuno divulgarla, pues no quería resultar pretencioso a los ojos de nadie. Siempre, en el último momento, o he callado o me he ido por las ramas de otras aficiones, como la del origami o papiroflexia, con que me he enmascarado o despistado a la hora de la verdad de mi verdadera pasión. Es cierto que muchos no tienen empacho en decir a la menor ocasión que son escritores, entre otras razones porque lo son, y de hecho en mi trabajo he de consignar este dato a menudo a la hora de preparar las actividades culturales que gestiono. Además hay muchas clases de escritores, no sólo de ficción, como ocurre con preferencia en mi caso. Yo, para bien o para mal, he sido más comedido. Como mucho, he dicho en alguna ocasión un “yo también escribo”, en voz baja, para no molestar al interlocutor. Y esa frase mía no ha solido pasar de ahí, pues o bien no ha sido captada por el oyente o bien ha sido malinterpretada, pues si no se tiene ocasión o interés en profundizar en las palabras “yo también escribo” quedan éstas revoloteando en la retina mental del interlocutor como tres moscas insignificantes que en seguida se trata de apartar de la visión del pensamiento.
Pero ahora ya no me queda otro remedio que hablar con sinceridad. Y así contaré que mi primera narración breve de hechos ficticios apareció en “El Diario de Castilla” el 7 de enero de 1977. Me había presentado con ella, la primera que escribía en mi vida ajustada al género “cuento” según yo lo entendía entonces, a un concurso navideño que vi anunciado en ese periódico en Ávila dos días antes de que finalizara el plazo para presentarse. En aquellos tiempos, yo era un joven estudiante que había abandonado la carrera de ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. En los dos años que había pasado estudiando matemáticas, física o dibujo, no había podido leer casi nada, de modo que estaba ansioso de volver a mi querida afición literaria, y es que siempre había amado la literatura por encima de todas las cosas, en sus facetas de lectura y de escritura, y ya en el colegio me gustaba hacer teatro y escribir artículos para la revista anual y leer poemas en las veladas artísticas. (Hace poco encontré, en un viejo cuaderno mío de cuando tenía 13 años, unas entrañables y melancólicas líneas escritas “a la tenue luz del atardecer”). Así que he de reconocer que la decisión de cambiar mis estudios de ingeniería por los de derecho fue una de las más acertadas de mi vida, no tanto por los nuevos estudios como por el abandono de los antiguos. De modo que cuando vi la convocatoria del concurso de cuentos, sentí renacer en mí el deseo y la esperanza de relacionarme en el futuro, en vez de con los números, con las palabras. Quiero aclarar, en este punto, que de mi breve, o largo, según se mire, paso por el  mundo de las matemáticas no quedó en mí ninguna clase de odio hacia ellas, todo lo contrario, me despedí con una gran admiración hacia esta disciplina que, no obstante no ser la mía, siempre he considerado fundamental para el progreso de la Humanidad. Y así, más o menos con estas palabras, se lo expresé a un profesor de cálculo infinitesimal, de excepcional valía, que casualmente me encontré por esas fechas una mañana de domingo en Ávila.
El caso es que me dirigí a la redacción del periódico la tarde en que finalizaba el plazo para presentarse al concurso. En realidad era ya de noche y nevaba copiosamente. Yo llevaba conmigo el sobre con mi cuento, un cuento en el que había trabajado durante dos días y en el que confiaba plenamente. En mi ingenuidad y alegría, pensaba incluso que podía ganar. Pero aunque no ganó, quedó clasificado en 5ª posición de entre el total de los 70 trabajos presentados y fue publicado, lo cual representó para mí una alegría inmensa. De esto hace ya más de 34 años. He escaneado este cuento, mi primer cuento, y lo reproduzco aquí para que pueda leerse por quien lo desee. 
Desde entonces no he dejado de escribir en silencio. Los cuentos de “Así me pierdo en las ciudades” no son fruto de dos entusiásticas tardes juveniles sino de largos días con sus noches de depuración literaria, fruto del asombro y de mi mayor experiencia en todos los sentidos. Entre “Susana, el payaso y la carpa mágica” y estos cuentos ha habido otros muchos textos, algunos publicados en libros colectivos, como los de la importante “Antología del cuento español, 1985”, que se editó con el fin de distribuirse en los departamentos de español de las Universidades de Estados Unidos, o los del libro “Cuentos estructurados”, que obtuvo en 1987 el premio para Libros de Cuentos “Emilio Hurtado” de León. Pero todo esto lo conocía poca gente. El hecho de que yo también, hace poco, me decidiera a probar suerte en el campo del microrrelato, como tantos jóvenes de hoy en día, se debió en primer lugar a que me considerara lo suficientemente capacitado como para afrontar este género, al haber sido siempre mi especialidad literaria el relato corto, incluso el muy corto, luego el probar a hacerlo aún más corto me parecía perfectamente posible. En segundo lugar, el hecho de tener que ajustarme para contar una historia a un breve número de caracteres me resultaba enormemente tentador como entrenamiento literario, una especie de campo de pruebas donde afinar mi puntería linguística. Y a todo ello se sumaba el esperanzador panorama literario que me parecía ver resurgir auspiciado por los concursos de microrrelatos y por algunas editoriales, como la sevillana Hipálage, donde publiqué algunos de los míos. Yo veía en esto una renovación de la literatura, de pronto me maravilló ver a tanta gente joven entusiasmada como yo aquella tarde nevada caminando como hormigas por sus páginas en blanco con sus historias a cuestas. Confieso que me sentí profundamente acompañado en la soledad de la escritura. Por decirlo de otra manera, la literatura me volvía a parecer posible en su manifestación más pura, podía constatar que las palabras seguían ahí cuando parecía que algunas grandes editoriales las habían secuestrado en sus gruesos best-sellers, en esos tochos de libros fabricados expresamente para vendérselos a quien tiene el gusto literario grueso como sus lomos y en los que sobran al menos la mitad de las páginas. Con los microrrelatos volvían Borges y Augusto Monterroso, y surgían por doquier brotes verdes de calidad literaria en el vasto campo de la creación.
Así que estos son los motivos por los que quienes me han conocido de unos años a esta parte y no sabían de mi vocación literaria, me hayan encontrado justo en esta fase de los microrrelatos y ahora en plena edición de los relatos de “Así me pierdo en las ciudades”. También es cierto que algunas personas, que sí sabían de mis cuentos y que incluso los habían leído, me llevaban reclamando desde hacía tiempo otro libro. Pues este es ese “otro libro”. ¡Por fin!, es lo que habría que decir antes que mostrar extrañeza por su aparición, aunque entiendo perfectamente todas las reacciones, incluso que me dejen de hablar. Precisamente esto me ocurrió en La Coruña, ciudad en la que vivía cuando gané el Premio Emilio Hurtado, con dos personas con las que mantenía hasta entonces un trato cordial y que me retiraron la palabra en cuanto se enteraron de la concesión de ese premio. La vida, como puede verse, es literatura en vena.    
   

lunes, 20 de junio de 2011

¿Suena tan bien "Querétaro"?

Inserto a continuación el artículo publicado hoy en El Diario de Navarra por Ramón Irigoyen titulado ¿Suena tan bien "Querétaro"? en el que me menciona y también algunos de los cuentos de Así me pierdo en las ciudades.


RAMÓN IRIGOYEN

¿Suena tan bien "Querétaro"?

WWW.RAMONIRIGOYEN.COM
20/06/2011
CUMPLIENDO con su deber de difundir el español en el mundo, el Instituto Cervantes puso en marcha el pasado 18 de mayo la plataforma interactiva www.eldiae.es. Esta web, a lo largo de un mes, ha contado con 141.000 visitas de 150 países y 4.146 ciudades. Los visitantes de la web han votado su palabra favorita del español y, el 18 de junio, la palabra "Querétaro", propuesta por el actor mexicano Gael García Bernal, ha sido la palabra triunfadora. Nada menos que 5.849 votos han decidido que, al menos, por este año, Querétaro es la palabra más bella de nuestra lengua. Felicitemos, en primer lugar, a los ciudadanos de Querétaro, que estarán encantados con este éxito y escuchemos al instante la defensa que Gael García Bernal hace de esta palabra. Dice este actor mexicano que Querétaro es la palabra más bella del español porque, escrita, es una palabra preciosa: es larga, mezcla la q, la e, la u, que es silenciosa, y necesaria; de otro modo, querer no sería querer.
Pasemos por alto eso de que "querer no sería querer", que no es para ser debatido en un periódico sino en una clase de filología y, en este momento, tampoco se puede debatir ya en una clase, porque las clases se han terminado hace ya unos días y estamos ya en la fase de entrega de notas. Y, ya que Gael García Bernal ha analizado cómo se escribe Querétaro, analicemos aquí cómo se pronuncia y, por tanto, cómo suena Querétaro, que, por, cierto, es siempre algo anterior a la escritura, que viene siempre después, cuando ya se ha inventado la palabra y muchos cientos de personas la han pronunciado en sus conversaciones. ¿Suena bien Querétaro? ¿Sus cuatro sílabas se sostienen firmes en la pronunciación o las vemos flojitas de remos, como algunos toros, que, en la plaza, tienen dificultades para mantenerse en pie?
Analicemos con amor esta palabra cuyo origen es incierto pues, según cuentan, puede significar "isla de las salamandras azules" -que suena a verso del Canto general de Pablo Neruda-, o "lugar de reptiles" -que, en ocasiones, se asocia con el ministerio del Interior por sus tristemente célebres "fondos de reptiles" -, o "lugar de piedras grandes", que, en literatura, podemos asociarlo con el poema Micenas del poeta griego Yorgos Seferis. Pero vayamos al trigo ahora que se aproxima la época de la siega.
¿De verdad que suena bien "Querétaro"? "Querétaro" tiene dos sílabas -la primera sílaba, la sílaba "Que" y la tercera sílaba, la sílaba "ta"- que suenan bien. Son dos sílabas de fuerte pronunciación que dan solidez a la palabra. Pero ¿qué pasa en la segunda sílaba, la sílaba "re" y la cuarta sílaba, la sílaba "ro"? Pues ocurre la desgracia de que la erre es una consonante debilísima y que, en esta palabra, y por dos veces, en la sílaba segunda y en la sílaba cuarta, es la réplica misma de esos toros que tienen aparentemente cuatro patas, pero, que, a la hora de andar, se quedan sólo con dos. Pronúnciese, insisto, en voz alta "Querétaro" y se comprobará que la sílaba segunda - "re"- y la sílaba cuarta -"ro"- nos obligan a sacar nuestra mejor boquita de piñón porque, de otro modo, la palabra no puede pronunciarse. ¿Puede ser bella una palabra que casi nos obliga a hacer un cursillo de foniatría para poder pronunciarla con una mediana corrección?
A "Querétaro" - que, dicho con respeto a sus paisanos, suena un poco a "¿Queretaro quieto?", que es nuestro "¿queréis estaros quietos?" - le sigue, entre las diez primeras palabras, "Gracias", una palabra, propuesta por Raphael, que obtuvo 5.128 votos. Esta palabra, suponiendo que no la haya votado en la Red, sin duda, la votaría, a toro pasado, Ramón Jiménez Pérez, el autor de Así me pierdo en la ciudades (Pigmalión Narrativa). Ramón Jiménez, en la presentación de su libro de relatos en la galería madrileña Ra del Rey, hizo un encendido canto a la gratitud. Vayan de paso aquí algunos títulos de cuentos excelentes de este libro: Chispa, Christopher, Darío Fu, El hombre del puro clavado en el pecho, Historia contada en una taberna.
La palabra "Amor", propuesta por Chayanne, obtuvo 1.709 votos. Es la palabra que yo habría elegido. En primer lugar, junto con la salud y con el dinero, el amor es lo más importante de la vida. Una persona que ama -a su pareja, a su familia, a sus amigos, a sus vecinos, a los animales, a las plantas y, sobre todo, a su equipo de fútbol- tiene garantizado un tanto por ciento muy alto de felicidad. Desde el punto de vista de la eufonía, o sea, de que la palabra suene bien, "amor", por empezar por la vocal "a", es enormemente fácil de pronunciar. Basta con abrir la boca y expirar el aire: la vocal "a" la pronunciamos sin el menor esfuerzo. Yo amo a Querétaro casi tanto como a mi natal Pamplona. Pero digamos la verdad. ¿La pronunciación de "Querétaro" no nos está obligando al más vigilante control de esfínteres?


sábado, 11 de junio de 2011

VICENTE ARAGUAS EN "EL DIARIO DE FERROL" ACERCA DE "ASÍ ME PIERDO EN LAS CIUDADES"

Inserto aquí la columna que el escritor y crítico literario Vicente Araguas publicó en "El Diario de Ferrol" a propósito de mi libro de relatos "Así me pierdo en las ciudades". La misma columna apareció al día siguiente en "El Ideal Gallego"


Diario de Ferrol; martes, 31 de mayo de 2011
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Martes, 31 de Mayo de 2011 00:14 Vicente Araguas
A tarde de Madrid, tan de caloraza que apetece saír dela a fume de carozo, encarreira os meus pasos a Ra del Rey,na Calle Reina, onde Ramón Jiménez Pérez presenta o seu libro “Así me pierdo en las ciudades” (Pigmalión). Ramón, abulense de patria, é o eficaz funcionario da Casa de Galicia, a quen sempre teño visto nela, traballador eficaz, espectador incombustible do paso de varios directores pola delegación da Xunta en Madrid. No ínterin Jiménez Pérez, ademais do seu traballo como xestor cultural, ten enguedellado pezas de “origami” e relatos. Contos breves e aínda brevísimos, como flores extrañas e divertidas (e dramáticas e esperpénticas) que son as que conforman este libro: manual de perplexos, náufragos e “felizbusteros”.
 
Un libro que axiña será pasto lector para quen amen as maneiras absurdas, pánicas e kafkianas de acometer a existencia. Que todo isto é o que escribe Ramón, detrás da súa máscara de home normaliño. Éo. O que dá aínda máis contraste ao seu libro, prologado por Javier Tomeo. E por Ra del Rey andaba tamén esa tarde Ramón Irigoyen, un dos meus poetas favoritos, autor do delirante “Los abanicos del caudillo”, libro-escándalo no seu momento, protagonizado polo ferrolán máis estrafalario do que se teña noticia (e ollo, que algunha competencia xa ten).
A Ramón (nome tan fértil no terreo literario) tiven de cantarlle: “¡Ramón del alma mía! ¡Del alma mía Ramón! Si te hubieras casado…”  Nin caso.