miércoles, 10 de abril de 2013

JOSÉ MENOR CANAL, IN MEMORIAM


José Menor Canal (Pepe Menor para los amigos), que de menor no tenía nada, pues aparte de la Gran Persona que era oficiaba también como Panadero Mayor del Reino, se nos fue recientemente. Su fallecimiento se produjo un día del pasado mes de febrero sin avisar, de pronto abandonó a todos sus amigos, entre los que me encontraba. Pepe Menor nos dejó huérfanos de su amistad pero no de su recuerdo, ya que será inolvidable para nosotros mientras vivamos, pues era la encarnación de la generosidad, de la entrega, el ejemplo del "carpe diem". Lo vi por última vez en enero de este año, compartí con él unos vinos y unas tapas, junto a algunas personas más, y quedé en volver a verle poco después para firmarle un par de ejemplares de mi libro "El baile del emperatriz", que había comprado en la presentación de Madrid de diciembre. Pero no pudo ser, ciertamente no pudo ser, porque se adelantó la de la guadaña. Él, que llegó a organizar en el centro de Madrid actos entrañables relacionados con las faenas del campo, como la trilla, o como la esfollada del maíz propia de su tierra ourensana, fue vencido en el postrer combate por la pelona, a quien nadie puede igualar en el manjo de la cuchilla. Pepe Menor, que había nacido en el Lugar de Casanova, de la Parroquia de Rante, dependientes del Concello de San Cibrao das Viñas, en la provincia de Ourense, fue un hombre del pueblo que hubo de ganarse la vida como emigrante en Chile hasta su posterior regreso a España. De su vida y andanzas por el mundo escribió dos libros, uno ellos titulado "Terapia para arruinados", y el otro "De Galicia a Madrid pasando por los Andes y el Caribe"; en ambos plasma el esfuerzo y el coraje por superar las adversidades del Camino. Pepe Menor era una persona amante de la vida, a la que se aferraba desde la sensibilidad y la dignidad, por la que iba a pecho descubierto, rodeado de amigos. Al comienzo de "Terapia para arruinados" escribió:

"Aunque sientas el cansancio
aunque el triunfo te abandone
aunque un error te lastime
aunque un negocio se quiebre
aunque una traición te hiera
aunque una ilusión se apague
aunque el dolor queme tus ojos
aunque ignoren tu esfuerzo 
aunque la ingratitud sea el pago
aunque la incomprensión corte tu risa
aunque uno fracase hay que empezar de nuevo
aunque pierdas el dinero y la familia
NO PIERDAS LA DIGNIDAD".

Pepe Menor era dueño en Madrid del Museo del Pan Gallego, en la Plaza de Herradores, con sucursal en la Plaza de Santa Ana, y gustaba de sentarse de tertulia con los amigos que le visitaban a la puerta de estos establecimientos, junto a la rueda de moler del primero de ellos o en el bar cercano al segundo, al lado de la moto en que regresaba de sus gestiones panificadoras. Era muy difícil conseguir invitarlo, pues habitualmente lo hacía él, quien además, para rematar la jugada de su obsequiosidad, acababa por regalarte uno de sus panes gallegos, redondo, grande como su corazón,  recién salido del horno. Será inevitable recordarme, cuando piense en él, con uno de sus panes bajo el brazo caminando por las calles del centro de Madrid. 
A continuación reproduzco la última foto que nos hicimos juntos, obra de Manuel Seixas, el gran fotógrafo de los madrigallegos (término acuñado por Borobó, otro de los grandes ya ido) de la capital de España. Está tomada en diciembre de 2012 a la puerta de su Museo del Pan Gallego de la Plaza de Santa Ana.

Querido Pepe, deseo que seas muy feliz allá donde estés.  Tú te mereces la mejor de las eternidades.


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2 comentarios:

  1. d
    Después de tantos años de que partiste,quiero que sepan que Pepe Menor dejo una gran enseñanza de como debe ser un amigo de verdad, cariñoso sincero, bondadoso mejor padre y buen esposo, desde nuestro Maipu en Chile lugar donde vivió dejo un gran recuerdo y lamentamos su partida,yo me considero que fui y fuimos grandes amigos un abrazo a su familia y el recuerdo or siempre

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  2. Pepe Menor siempre permanecerá en mi recuerdo también, fue una persona generosa donde las haya que compartía con sus amistades y que, allá donde estuviera, dejaba un rastro de alegría.

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