Hace varias entradas prometí que volvería a hablar de los mensajes en las botellas, y lo hago ahora. Estas cartas que ahora muestro son la prueba de que a veces las botellas transportan a salvo sus mensajes hasta la otra orilla, tomándose el tiempo que haga falta y sorteando, como verdaderos galeones, todo tipo de dificultades, desde las tormentas con sus olas extremas a los asaltos nada románticos de los piratas. Como podéis comprobar, estos mensajes fueron echados al océano Atlántico en su botella en diciembre de 1984 por unos niños estadounidenses de Massachusetts, y fue arrastrada en su incierto viaje durante años -no podría determinar cuántos, pero en todo caso dentro de la década de los ochenta- por la corriente del Golfo hasta arribar a una playa de Galicia. La travesía resultó perfecta, pues la botella llegó intacta y las cartas introducidas en ella también. La encontraron otros chicos de este lado del Atlántico y la noticia tuvo repercusión en los medios públicos. Las familias de los muchachos de aquí se pusieron en contacto con las de los de allí y finalmente los autores de los mensajes (que ya no eran tan chicos) volaron hasta Galicia para conocer a los descubridores de la botella en la playa. Yo, que a la sazón vivía en La Coruña, asistí expectante al desenlace de esta esperanzadora historia y pude hacerme por suerte con copia de los mensajes originales, lo que ha posibilitado que tantos años después, también, desembarquen en vuestra playa tan frescos como el primer día.