INMORTAL
AMOR MORTAL. DE LA CENIZA, LA MÁSCARA.
Buenas
tardes, mi intervención se titula “Pensamientos deshilachados” y empieza con
una canción de Luis Aguilé, “La fuerza del amor”, que tenía un estribillo que
decía “Y es que el amor, que tiene tanta fuerza, se lleva por delante todo sin
pensar”.
Pues
bien, esta era una famosa canción de Luis Aguilé, a quien tuve el gusto de
conocer hace unos años, poco antes de morir. Nadie podía decirme, cuando en mi
adolescencia sonaban estas canciones suyas con enorme éxito que algún día iba a
venir yo aquí para hablar en contra del amor que él cantó, es decir del amor
romántico, una entelequia que sólo se sostiene como tal fantasía o deseo que
es.
El
problema no es el sentimiento, que nadie puede negar, sino la palabra con la
que se expresa. Esto lo intuyó muy bien Raymond Carver en aquel libro de
cuentos que tituló “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Me explico: el
problema son las palabras, siempre las palabras, tan esquivas, tan sutiles, tan
engañosas, sobre todo en este tema, que tantas discusiones provocan. Por ejemplo, si yo hubiese empezado mi
discurso con un “queridos amigos” sin añadir a continuación “queridas amigas”
ya habríamos tenido un problema. Como no he dicho nada al respecto, pues no lo
ha habido, y no es que no os aprecie, sino todo lo contrario, pero esto sí lo
puedo decir. Cuando en el futuro nos comuniquemos directamente con el
pensamiento será mucho mejor. Qué razón tenían Allan y Bárbara en su célebre
libro “Por qué los hombres quieren sexo y las mujeres necesitan amor”, al
señalar que en realidad los hombres no están hechos para las mujeres ni las
mujeres para los hombres, tan diferentes somos. Que hay algo que falla.
Pero
nos seguimos empeñando en llamar amor al instinto, como en el título de este
libro que ahora presentamos, aunque este mismo título creo que es
deliberadamente equívoco y se reserva todas las posibilidades. Hay quien dice
que el Amor es una lámpara de inagotable aceite, como Jaime Sabines en su
precioso poema “Los amorosos”. Las estadísticas, sin embargo, dicen lo
contrario, que el aceite se acaba, como la longaniza antes que los días. Y
tantas otras preguntas que cabría hacerse: por ejemplo, al parecer el 50% de
las personas tienen fantasías sexuales cada 5 minutos aproximadamente, ¿son quizá
estas fruto del amor?, ¿y qué decís de los cuidados que prodiga un cuervo, el
ave más inteligente de todas, a sus hijos?, ¿son o no son amor? Y en la
sociedad de los elefantes, a los que su proverbial memoria exime de ese olvido
que según otra canción es la distancia para los humanos, ¿cómo veis que a cada
cría la cuiden entre dos elefantas, la madre y otra? ¿Eso qué es?
Y
los elefantes me llevan a África. En un viaje inolvidable que hice hace tiempo
a Costa de Marfil, fui testigo de cómo una mujer se quejaba amargamente a su
hermano de su marido. Decía de él que era un egoísta porque no cogía a otra
mujer pudiendo hacerlo, desde el punto de vista económico. Y así, sin otra
mujer que la ayudara, todo el trabajo recaía sobre ella. ¿No es ésta una prueba
de que el amor es un invento burgués, es decir de que nos permitimos el lujo
del amor cuando las necesidades básicas están cubiertas? Pero todavía hay quien
dice: “Contigo, pan y cebolla”. No, amigos y amigas, tranquilos y tranquilas,
“ello” no es así. Pero esto es como las religiones, que deben respetarse todas,
pero luego buscarse cada uno el cielo como quiera. Había una vez uno que decía:
“Yo voy al médico y compro las medicinas que me receta porque tiene que vivir,
pero luego no me las tomo porque yo también tengo que vivir”. Había también una
chica de pueblo perdidamente enamorada de un campesino al que dejó por un
guardia civil, o sea por un funcionario. ¿Estamos de acuerdo?
Un
importante psiquiatra decía la otra noche por la radio, y es por la noche
cuando ha de escucharse a los psiquiatras como complemento de la almohada, que
los hombres fingen amor cuando lo que buscan es sexo, y las mujeres fingen sexo
cuando lo que buscan en realidad es amor, lo que coincide con el título del
libro que cité antes; esto nos orienta algo, si bien vuelve a aparecer por el
medio la palabra amor, dando su significado por supuesto. ¿Pero qué quiere
decir en el contexto de la explicación del psiquiatra? ¿Que las mujeres buscan ternura, protección a lo
cavernícola, en fin todo menos sexo? Tampoco me lo creo. ¿Entonces qué ocurre?
Pues que estamos ante un problema insoluble, como uno de esos objetos
imposibles, como esos cepillos de dientes siameses enfrentados con los que es
imposible cepillarse la dentadura.
Ah,
y Balzac ya sabéis lo que decía, que el matrimonio es una carga tan pesada que
para tirar de ella se necesitan al menos tres personas, con lo que nos metemos
de lleno en el tema de los tríos. Vaya vaya, los tríos. Pero qué pasa, ¿es que
el matrimonio es la muerte del amor?, ¿entonces por qué los novios se juran
amor eterno?
Y así sucesivamente. En resumen, y
con todo mi respeto a esos poetas que cantan a no se sabe qué amor, yo me he
permitido escribir para esta Antología un cuento grotesco en el que unos
homosexuales gordísimos ligan en un supermercado golpeándose, para entrar en
contacto, con los carritos para gordos que conducen. Un cuento que os
recomiendo leáis que se titula “TRÍO DE GORDOS, REY DE LAS RATAS”. Este es mi
punto de vista en un libro en el que hay otras muchas opiniones; y tampoco es
mi punto de vista único, es mi punto de vista en este libro, porque estoy
seguro de que muchas de las otras gentes que me habitan, como a todo el mundo,
cambiarían de opinión según la fuerza del viento que soplara.
Pero
he pretendido que este cuento fuese grotesco porque el amor o lo que entendemos
usualmente por amor en esta civilización occidental es con frecuencia grotesco.
Pero
para poder sobrevivir a lo grotesco lo he hecho también, o eso creo,
considerablemente divertido, que es a mi juicio la única manera de
sobreponernos a los disparates de esta vida que llaman inteligente. Porque es
lo que solemos creer de nosotros mismos, que somos inteligentes. Pero y las
hormigas, y vuelvo con ellas al reino animal, ¿no son acaso inteligentes?, ¿qué
decir de esos grandes monumentos que construyen bajo tierra llamados
hormigueros?, ¿acaso son inferiores a las ruinas de la destruida Palmira? No sé
si entre los instintos de las hormigas está el del amor como nosotros lo
entendemos, pero no me consta que esté el de la destrucción, y desde luego no
se lanzan bombas nucleares, como ya hemos hecho nosotros. Ah, y en cuanto al
Rey de las Ratas al que me refiero en mi cuento, es tan impresionante que mejor
no lo busquéis en Internet, aunque yo lo recomiende. Estáis eximidos, pero
mucho que me temo que os pierda la curiosidad.
Gracias,
en fin, por escucharme, y gracias a los editores, a Basilio y a Antonino (al
que deseo se recupere pronto de la reciente intervención quirúrgica que le ha
impedido acompañarnos esta tarde), por haber contado de nuevo conmigo para esta
nueva antología en unión de tan buenos autores.
Y
aunque estamos todavía a lunes, aprovecho para desearos un BUEN FINDE.