MI PRIMER CUENTO
A raíz de la publicación de mi libro de cuentos “Así me pierdo en las ciudades”, algunas personas vieron reforzada su convicción, y a bordo de ella me abordaron, de que había empezado yo a escribir recientemente, ayer como quien dice, pues lo único que sabían de mi actividad literaria era que en los últimos tiempos me gustaba componer microrrelatos. El hecho de que con estos pequeños textos hubiera ganado un par de premios el año pasado no mejoraba las cosas, por el contrario corroboraba su idea de que la suerte del principiante me acompañaba en este 2011 de manera clara, inequívoca e incluso excesiva, ya que editar un libro entero de relatos inmediatamente después de haber logrado unos pocos microrrelatos no suele encajar muy bien con la difundida creencia de que si escribir es difícil editar un libro lo es aún más.
Pues bien, he tenido que explicar a esas personas –algunas ni siquiera habían alcanzado a saber que escribía microrrelatos, sino que pensaban que no escribía en absoluto- que llevo prácticamente toda la vida escribiendo, y que si ellos desconocían esta actividad mía ha sido por la sencilla razón de que de unos años a esta parte no me había parecido oportuno divulgarla, pues no quería resultar pretencioso a los ojos de nadie. Siempre, en el último momento, o he callado o me he ido por las ramas de otras aficiones, como la del origami o papiroflexia, con que me he enmascarado o despistado a la hora de la verdad de mi verdadera pasión. Es cierto que muchos no tienen empacho en decir a la menor ocasión que son escritores, entre otras razones porque lo son, y de hecho en mi trabajo he de consignar este dato a menudo a la hora de preparar las actividades culturales que gestiono. Además hay muchas clases de escritores, no sólo de ficción, como ocurre con preferencia en mi caso. Yo, para bien o para mal, he sido más comedido. Como mucho, he dicho en alguna ocasión un “yo también escribo”, en voz baja, para no molestar al interlocutor. Y esa frase mía no ha solido pasar de ahí, pues o bien no ha sido captada por el oyente o bien ha sido malinterpretada, pues si no se tiene ocasión o interés en profundizar en las palabras “yo también escribo” quedan éstas revoloteando en la retina mental del interlocutor como tres moscas insignificantes que en seguida se trata de apartar de la visión del pensamiento.
Pero ahora ya no me queda otro remedio que hablar con sinceridad. Y así contaré que mi primera narración breve de hechos ficticios apareció en “El Diario de Castilla” el 7 de enero de 1977. Me había presentado con ella, la primera que escribía en mi vida ajustada al género “cuento” según yo lo entendía entonces, a un concurso navideño que vi anunciado en ese periódico en Ávila dos días antes de que finalizara el plazo para presentarse. En aquellos tiempos, yo era un joven estudiante que había abandonado la carrera de ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. En los dos años que había pasado estudiando matemáticas, física o dibujo, no había podido leer casi nada, de modo que estaba ansioso de volver a mi querida afición literaria, y es que siempre había amado la literatura por encima de todas las cosas, en sus facetas de lectura y de escritura, y ya en el colegio me gustaba hacer teatro y escribir artículos para la revista anual y leer poemas en las veladas artísticas. (Hace poco encontré, en un viejo cuaderno mío de cuando tenía 13 años, unas entrañables y melancólicas líneas escritas “a la tenue luz del atardecer”). Así que he de reconocer que la decisión de cambiar mis estudios de ingeniería por los de derecho fue una de las más acertadas de mi vida, no tanto por los nuevos estudios como por el abandono de los antiguos. De modo que cuando vi la convocatoria del concurso de cuentos, sentí renacer en mí el deseo y la esperanza de relacionarme en el futuro, en vez de con los números, con las palabras. Quiero aclarar, en este punto, que de mi breve, o largo, según se mire, paso por el mundo de las matemáticas no quedó en mí ninguna clase de odio hacia ellas, todo lo contrario, me despedí con una gran admiración hacia esta disciplina que, no obstante no ser la mía, siempre he considerado fundamental para el progreso de la Humanidad. Y así, más o menos con estas palabras, se lo expresé a un profesor de cálculo infinitesimal, de excepcional valía, que casualmente me encontré por esas fechas una mañana de domingo en Ávila.
El caso es que me dirigí a la redacción del periódico la tarde en que finalizaba el plazo para presentarse al concurso. En realidad era ya de noche y nevaba copiosamente. Yo llevaba conmigo el sobre con mi cuento, un cuento en el que había trabajado durante dos días y en el que confiaba plenamente. En mi ingenuidad y alegría, pensaba incluso que podía ganar. Pero aunque no ganó, quedó clasificado en 5ª posición de entre el total de los 70 trabajos presentados y fue publicado, lo cual representó para mí una alegría inmensa. De esto hace ya más de 34 años. He escaneado este cuento, mi primer cuento, y lo reproduzco aquí para que pueda leerse por quien lo desee.
Desde entonces no he dejado de escribir en silencio. Los cuentos de “Así me pierdo en las ciudades” no son fruto de dos entusiásticas tardes juveniles sino de largos días con sus noches de depuración literaria, fruto del asombro y de mi mayor experiencia en todos los sentidos. Entre “Susana, el payaso y la carpa mágica” y estos cuentos ha habido otros muchos textos, algunos publicados en libros colectivos, como los de la importante “Antología del cuento español, 1985”, que se editó con el fin de distribuirse en los departamentos de español de las Universidades de Estados Unidos, o los del libro “Cuentos estructurados”, que obtuvo en 1987 el premio para Libros de Cuentos “Emilio Hurtado” de León. Pero todo esto lo conocía poca gente. El hecho de que yo también, hace poco, me decidiera a probar suerte en el campo del microrrelato, como tantos jóvenes de hoy en día, se debió en primer lugar a que me considerara lo suficientemente capacitado como para afrontar este género, al haber sido siempre mi especialidad literaria el relato corto, incluso el muy corto, luego el probar a hacerlo aún más corto me parecía perfectamente posible. En segundo lugar, el hecho de tener que ajustarme para contar una historia a un breve número de caracteres me resultaba enormemente tentador como entrenamiento literario, una especie de campo de pruebas donde afinar mi puntería linguística. Y a todo ello se sumaba el esperanzador panorama literario que me parecía ver resurgir auspiciado por los concursos de microrrelatos y por algunas editoriales, como la sevillana Hipálage, donde publiqué algunos de los míos. Yo veía en esto una renovación de la literatura, de pronto me maravilló ver a tanta gente joven entusiasmada como yo aquella tarde nevada caminando como hormigas por sus páginas en blanco con sus historias a cuestas. Confieso que me sentí profundamente acompañado en la soledad de la escritura. Por decirlo de otra manera, la literatura me volvía a parecer posible en su manifestación más pura, podía constatar que las palabras seguían ahí cuando parecía que algunas grandes editoriales las habían secuestrado en sus gruesos best-sellers, en esos tochos de libros fabricados expresamente para vendérselos a quien tiene el gusto literario grueso como sus lomos y en los que sobran al menos la mitad de las páginas. Con los microrrelatos volvían Borges y Augusto Monterroso, y surgían por doquier brotes verdes de calidad literaria en el vasto campo de la creación.
Así que estos son los motivos por los que quienes me han conocido de unos años a esta parte y no sabían de mi vocación literaria, me hayan encontrado justo en esta fase de los microrrelatos y ahora en plena edición de los relatos de “Así me pierdo en las ciudades”. También es cierto que algunas personas, que sí sabían de mis cuentos y que incluso los habían leído, me llevaban reclamando desde hacía tiempo otro libro. Pues este es ese “otro libro”. ¡Por fin!, es lo que habría que decir antes que mostrar extrañeza por su aparición, aunque entiendo perfectamente todas las reacciones, incluso que me dejen de hablar. Precisamente esto me ocurrió en La Coruña, ciudad en la que vivía cuando gané el Premio Emilio Hurtado, con dos personas con las que mantenía hasta entonces un trato cordial y que me retiraron la palabra en cuanto se enteraron de la concesión de ese premio. La vida, como puede verse, es literatura en vena.