lunes, 6 de mayo de 2024

Israel en el corazón. 6.: Monte de la Tentación.


Cuando subí al Monte de la Tentación en agosto de 1992, hasta donde me llevaron mis amistades judías, necesité beber un poco de agua en el monasterio ortodoxo construido a 350 metros sobre el valle del Jordán, frente a la histórica ciudad de Jericó. Un monje me indicó el grifo del que sacar el agua, con el ruego de que sólo empleara la estrictamente necesaria, dada su escasez, lo que así hice. Me asomé después a un balcón desde el que pude admirar la lejanía del valle, con sus palmeras datileras. También se veía muy bien Jericó, desde donde habíamos venido en bicicletas.

A mi espalda había una estancia oscura con objetos que me parecieron, en la escasa luminosidad que entraba desde el balcón, pertenecientes a algún almacén litúrgicos, algunos quizá inservibles, como si fueran algún tipo de gigantes y cabezudos arrumbados, olvidados en los rincones. Fue entonces cuando percibí, o así lo creí, un cierto aliento demoníaco en el cogote. Como si un diablo se burlara de mí, que no me prometía nada al contrario del que tentó a Jesucristo. Me fui enseguida y me reuní con mis amigos, a quienes no conté la impresión que tuve.

Años después sentí la presencia del diablo, más fuerte aún que en el Monte de la Tentación, en las páginas finales de la novela "Bomarzo", de Manuel Mugica Laínez, cuando claramente se ve su imagen en un espejo si mal no recuerdo. La maravilla de aquel jardín tras la ventana, la luz y otros ruidos de fondo cotidianos no impidieron aquella aparición, como relata el narrador, y que me hizo pensar en este ser maligno que está donde menos se lo espera.

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