A mi espalda había una estancia oscura con objetos que me parecieron, en la escasa luminosidad que entraba desde el balcón, pertenecientes a algún almacén litúrgicos, algunos quizá inservibles, como si fueran algún tipo de gigantes y cabezudos arrumbados, olvidados en los rincones. Fue entonces cuando percibí, o así lo creí, un cierto aliento demoníaco en el cogote. Como si un diablo se burlara de mí, que no me prometía nada al contrario del que tentó a Jesucristo. Me fui enseguida y me reuní con mis amigos, a quienes no conté la impresión que tuve.
Años después sentí la presencia del diablo, más fuerte aún que en el Monte de la Tentación, en las páginas finales de la novela "Bomarzo", de Manuel Mugica Laínez, cuando claramente se ve su imagen en un espejo si mal no recuerdo. La maravilla de aquel jardín tras la ventana, la luz y otros ruidos de fondo cotidianos no impidieron aquella aparición, como relata el narrador, y que me hizo pensar en este ser maligno que está donde menos se lo espera.
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