miércoles, 12 de diciembre de 2012

PRESENTACIÓN DE "EL BAILE DEL EMPERATRIZ"

Queridos amigos: A la espera de colgar algunas fotos de la presentación ayer de "El baile del emperatriz", que subiré la próxima semana, diré ahora brevemente, en primer lugar, que agradezco profundamente su asistencia a todas las personas que acudieron al acto. Y fueron muchas, tanto es así que la Organización hubo de colocar más sillas en la sala y, con todo, algunas tuvieron que permanecer de pie.
Debo decir también que, de entre todos los intervinientes, destacó sin lugar a dudas Carlota Cuesta, quien hizo una defensa apasionada y argumentada de mi libro, que leyó hace tiempo en una primera versión y que volvió a leer recientemente en la versión definitiva, la publicada. Siento mucho no tener la posibilidad de reproducir su discurso, por no haber sido grabado de ninguna manera ni contar con el texto redactado por escrito, pues tampoco existe éste, pero creo que en la memoria de todos los que la escucharon permanecerá para siempre la vehemencia y brillantez con la que expresó, no sólo el amor por las palabras de mi libro, sino por la belleza y la creación artística en general, cuando ésta se hace con verdadera dedicación, seriedad y sinceridad. Y así sonaron también sus palabras: sinceras como pocas cosas quedan actualmente en nuestro mundo que puedan calificarse de tales. En el texto escrito que leí a continuación de ella, como final del acto, y que os muestro a continuación, le agradecí publicamente su apoyo, que reitero aquí. Gracias Carlota, porque eres la demostración palpable de que ni todo vale, ni todo ni todas las almas se compran con dinero.


Buenas tardes, queridos amigos y amigas. Muchas gracias a todos por haber venido. Agradezco en primer lugar sus palabras a los miembros de esta Mesa. Al anfitrión de este acto, Ramón Pernas, que ha tenido la amabilidad de cedernos este espacio, un ámbito cultural de verdad, para esta presentación. A mi editor, Basilio Rodríguez Cañada, que ha creído otra vez en mí, y que ha cuidado personal y esmeradamente de este edición. Mi agradecimiento es también para mi entrañable Carlota Cuesta, artista plástica de reconocida trayectoria, quien con su proverbial entusiasmo me aceptó este baile antes que nadie. Y por supuesto a mi colega Ramón Irigoyen, cuya literatura, que admiro, se comunica con la mía por multitud de humorísticas terminaciones nerviosas. Y mi agradecimiento, cómo no, para Plácido L. Rodríguez, fotógrafo artístico de mirada penetrante, que me ha actualizado en la foto de la solapa; así como plasmado en la cubierta la imagen de un clásico del origami, estos bailarines de Neal Elias plegados por mí que tanto lucen.
Y por descontado os agradezco a vosotros, a mi padre, a mi hermana, a Lioba, a Víctor y Daniel, a todos vosotros, que os hayáis acercado hasta aquí en esta fría tarde para arropar con vuestro cariño el nacimiento de este libro, que hasta ahora era solo una entelequia y que desde hoy es ya una realidad corpórea de papel que podréis compartir conmigo. Sea mi especial reconocimiento para D. José Ramón Ónega López, Delegado de la Xunta en Madrid y Director de la Casa de Galicia, cuya presencia me complace sobremanera. Asimismo para el anterior Director de la Casa de Galicia, D. Alfonso S. Palomares, compañero también de ficciones literarias, que precisamente acaba de publicar otra novela.
Bien, voy a hablaros ahora un poco del baile del emperatriz, dentro de mis posibilidades. Y digo esto porque el autor no suele ser el mejor conocedor de su propia obra, así que cuando después de leerla me deis vuestra opinión posiblemente me entere de aspectos nuevos en los que antes no había reparado.
          De entrada sé que os ha sorprendido –porque algunos me lo habéis dicho- ese “del” del emperatriz y no “de la” en el título. Y reconozco que habéis adivinado que aquí estaba la clave de todo. Dejando aparte a unos pocos, que picaron al creer que era una errata (incluso el periódico “El País”, hoy, al anunciar esta presentación, escribió “de la emperatriz”, corrigiéndome), debo deciros que también patinaron quienes ingenuamente pensaron que se trataba del baile del hotel emperatriz o los más maliciosos que, olvidando por completo el baile, se fueron por las ramas de otras aceras.    
Confieso que he sembrado la duda sin querer, o quizá queriendo, con la contracción “del”, pero es que me convenía mucho para enmarcar las situaciones, tan surrealistas, que viven los personajes. Para dar una pista, mi editor consintió en colocar torcidas las 3 letras del “del”, que así aparecen como tropezando y cayéndose, o sea bailando a su vez. Porque esta es una historia fundamentalmente de traspiés, lo que la puede hacer de paso, creo yo, bastante graciosa, ya que la gente siempre disfruta cuando ve a alguien resbalar en una piel de fruta, por ejemplo de un plátano.
Y es que su protagonista “pierde pie” a cada paso, lo que le lleva a desplazarse por la ciudad atropelladamente, al ritmo de una suerte de baile de san Vito. Es un antihéroe que cae y se levanta, cae y se levanta, porque dice el proverbio chino: “si caes siete veces levántate ocho”. Así que también es cierto que nunca abandona la esperanza, y esa vocación suya permanente de superar todos los obstáculos es el optimismo de este libro.
           Yo diría que sus temas fundamentales son la falta de seguridad en uno mismo, que en este caso viene provocada por el desamor de una mujer, telón de fondo poético sobre el que se proyecta toda la historia; y la búsqueda de la comunicación con los demás que procura obsesivamente el personaje principal.

Basta un percance en la vida de una persona para que ésta pierda los papeles de un momento a otro. Y de ahí al desequilibrio absoluto y al disparate puede no haber más que un paso (o muchos, en ese baile de tropiezos al ritmo de la nueva música que impone la vida). El macho más ibérico puede acabar dudando hasta de su propia identidad, incluso la sexual, en un momento dado, según las circunstancias. He elegido precisamente el equívoco de la condición sexual, por su fácil comprensión, a modo de paradigma para reflejar el caos mental de las personas que pasan por el trance de un supremo desasosiego; y he optado por “el emperatriz” por resultarme más fácil ponerme en su lugar; pero igualmente podría ser “la emperador”, por no salir de este campo minado de incertidumbres. Pero todo ello como posibilidad, como atracción fatal, como debilidad psicológica sobrevenida. De hecho Babel, que así se llama el personaje principal de esta historia, lucha todo el tiempo, denodadamente, por escapar al influjo del torbellino de la confusión y seguir siendo él mismo en los nuevos horizontes que busca sin cesar.
A menudo pienso qué era de esas personas antes de acabar durmiendo en un banco en la calle. Tal vez alguno fuese legionario antes de convertirse en “emperatriz”. Quizá por eso la calle fantasmagórica ocupe un lugar tan importante en mi libro. 

Una obra literaria, por otra parte, que si fuese una novela, sería desde luego muy poco convencional.  Para empezar, desconfía profundamente tanto de las dedicatorias y de las citas como de las contraportadas al uso, por falsas y deformadoras de la realidad a la que deberían atenerse. Por eso, en esta “novela”, entre comillas, la contraportada es un capítulo aparte, aparentemente serio, que en realidad es una broma que remata con la ironía de que acaba recogiendo su propia crítica especializada, por ejemplo aquella que dice que es un “libro imprescindible” según firma “la abuela del autor”. ¿No abundan acaso libros en cuya contraportada o contracubierta se dice con toda pompa que son imprescindibles? ¿Por qué entonces no iba a serlo el mío?
Por todo ello, presenta este baile del emperatriz una estructura tan fragmentada y tan variada en tonos narrativos y en enfoques. Sirva de muestra el capítulo titulado “Movies”, integrado por 6 breves viñetas literarias de aire cinematográfico, que contribuyen a crear el ambiente de desamparo y soledad en que habrá  de moverse el protagonista.
 Se trata, en definitiva, de una obra caleidoscópica y psicodélica en que, además, he jugado con el lenguaje para distorsionar a propósito, de manera coherente y divertida, el discurso tradicional.   
Un discurso narrativo cuyo hilo conductor, a medida que avanza, va recogiendo todas las informaciones dadas desde el principio, lo que permite abarcar finalmente, de un solo vistazo, la historia contada en su conjunto.
Muchas gracias por vuestra presencia y vuestra atención, y espero que después de estas breves pinceladas os entren ganas de leer el libro.

Ramón Jiménez Pérez, Madrid, 11 de diciembre de 2012

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