Como ya anuncié, el pasado 21 de abril se presentó en Casa Sefarad Israel, en Madrid, el libro colectivo "La primera vez que...no perdí el alma, encontré el sexo".
Muestro a continuación algunas fotos del acto y el texto de mi breve intervención.
Ouka Leele, Esther Bendahan y Antonino Nieto
Justo Bolekia Boleká
A mí, con una u otra apariencia, ya me conocéis.
Queridos amigos (y amigas), como somos muchos y el tiempo apremia, seré
breve (de verdad, no hace falta que os echéis a temblar). Para tranquilizaros
os he escrito un telegrama, así que os lo voy a leer, como siempre se ha hecho
con estas misivas.
TELEGRAMA:
Gracias a todos (y a todas) por venir. Gracias a Antonino por contar
conmigo para esta antología y a Sial-Pigmalión por publicarla. Yo colaboro en
ella con un cuento titulado Calcetines que
trata un tema ancestral que sin embargo está de moda: la prostitución. Así de
claro, así de contundente. Hay excepciones. Camilo José, o sea Cela, repetía
cada dos por tres en San Camilo 1936 un estribillo: “Pero será posible que Juan
Ramón nunca se fuera de putas”. Se refería al de “Platero y yo”, con el que no
tengo nada que ver aunque siempre me hayan hecho bromas por coincidir en el
apellido y en la mitad del nombre.
Sobre la prostitución pasa como con el tiempo, que todo el mundo sabe lo
que es pero nadie sabe explicar qué es; en el caso de la prostitución ni
siquiera se pretende aunque la tengamos hasta la sopa, nadie la quiere ver,
sólo se menciona cuando alguien resbala sobre ella como sobre la piel de un
plátano.
Calcetines, la historia que yo
he escrito para este proyecto espíritu sexual, se limita a contar lo que le
pasó a un soldado que, por decirlo finamente, contrató los servicios de una
prostituta. En el México antiguo a las prostitutas las llamaban “alegradoras”,
me parece un calificativo precioso. Esta palabra, “alegradora”, aparece también
en mi cuento, que os invito a leerlo, pues obviamente no lo voy a hacer yo
aquí, como alguien erróneamente pensó. Además, sólo contiene una errata, una
errata fácilmente salvable. Pero es que, si puedo, siempre coloco una pequeña
errata en todos mis textos, como hacían los indios navajos en las telas que
tejían a fin de que no quedase aprisionada en ellas el alma del artista
tejedor. Comprenderéis que tampoco quiero que esto me ocurra a mí. Así que
ánimo y un fuerte abrazo.
Ramón Jiménez Pérez. Casa Sefarad. 21 de abril de 2015.
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