Ya pasó la Feria del Libro de Madrid. En ella estuve dos días firmando y también la visité como comprador. Uno debe contenerse bastante, ya que el deseo es grande y la capacidad de leer limitada. Aun así incorporé algunos nuevos títulos a mi biblioteca ("Extinción", de David Foster Wallace; "Cuentos fluminenses", de Joaquim María Machado de Assis; "Elogio del papel", de Roberto Casati...entre otros). Los libros ocupan así su lugar entre los anaqueles, como las botellas de vino su puesto en la bodega, y esperan pacientemente su turno de lectura, como las botellas a que se las descorche en la ocasión propicia. Valga como ejemplo el de que estoy terminando ahora un libro que compré en noviembre de 1992: "El jinete polaco", de Antonio Muñoz Molina. Es un buen libro, muy bien escrito, pero un tanto pesado también, no solo por el elevado número de páginas, sino por la insistencia del autor en las vidas de los personajes que describe, pues vuelve sobre ellos una y otra vez desde distintos ángulos y con frecuencia incluso desde los mismos. Es un libro triste también, de muchos dolores y tiempos pasados. No soy muy partidario de este tipo de literatura, pero si por fin me decidí a leer este novela no fue sino porque se dio la circunstancia de que conocí personalmente a Muñoz Molina en una tertulia literaria de lectores en Madrid en febrero de este año y le presenté este ejemplar suyo para que me lo dedicara. Se quedó asombrado al comprobar la fecha en que lo compré. No es exactamente la extensión de un libro lo que frena el impulso de adentrarse en sus aventuras; por ejemplo estoy acabando también en estos días los cuentos completos del padre Brown, de Chesterton, que ocupan más de mil páginas en la edición que tengo, y he disfrutado mucho, pues en mi opinión es una literatura mucho más alegre, chispeante y realmente llena de intrigantes aventuras. Es interesante descubrir en este libro la gran influencia que tuvo en el autor su viaje a los Estados Unidos en la época en que se estaban construyendo los grandes rascacielos.
Pero dejo ya de hacer de crítico literario para deciros que estas dos fotos que muestro se corresponden a los dos días que firmé de la Feria. La primera es del 28 de mayo, día fresco de tormentas; y la segunda del 8 de junio, día que fue calurosísimo en Madrid, y en la que poso con un ejemplar de "Así me pierdo en las ciudades" en encuadernación especial de mi amigo el origamista Alejandro Allánegui, junto a otro ejemplar en la encuadernación habitual de la editorial, que siempre hace mucha gracia porque se me ve saliendo de una alcantarilla en una calle de la ciudad vieja de Ourense. Pero lo más gracioso de todo es que hay que se cree que realmente estoy escribiendo en la calle con medio cuerpo metido en una alcantarilla. Claro que ahora que lo pienso tal vez sea ésta una alegoría de mi verdadera forma de enfrentarme a la escritura de mis historias.
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