He de confesar que hasta que no leí a W.G. Sebald no reparé en la aterradora belleza de estos seres diminutos que son las mariposas nocturnas, a los que dedica varias hermosísimas páginas en uno de sus libros. Descubrí después que Virginia Woolf había dedicado un artículo a estos lepidópteros heteróceros titulado La muerte de la polilla. Por mi parte, me encontré con una este verano y quedé admirado ante la máscara africana con que me miraba desde su espalda. ¡Y qué maravilla el traje de gala con que iba vestida, traje de fiesta hasta altas horas de la madrugada!
Lamentablemente esta cenicienta no podría llegar ya a su casa esa noche, pues había perdido no un zapato sino una pierna entera, así lo pude comprobar cuando la miré de frente, imagen que por respeto a ella y por pudor no mostraré. Esa era la razón, luego lo comprendí, de que me dejara acercarme tanto para fotografiarla. Espero que os guste, aunque sea ésta en realidad una especie de crónica anunciada de la muerte de una mariposa nocturna.
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