Lejos de las arenas del desierto, melancólico está el dromedario. Navegante ahora de las aguas de la Cornisa Cantábrica, mirando al Atlántico, océano de resonancias míticas, se humedecen sus largas pestañas. El cielo excepcionalmente luminoso de una tarde de verano le recuerda las noches estrelladas de su querida Arabia. Sin duda añora una alfombra voladora.
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