Cuando en agosto de 1982 subí al monte de las tentaciones, en Jericó, con un amigo, desconocía que Israel se encontraba en una de las zonas más secas del llamado "Creciente Fértil", área que se señala en una de las imágenes. De modo que cuando llegamos arriba lo hicimos exhaustos y sedientos, como se me puede ver a mí en la otra imagen.
Recuerdo que en una de las paredes rocosas había un grifo del que, al accionarlo, salía un delgado flujo de agua, del que bebimos con avidez. Recuerdo también que el monje vestido de negro que aparece detrás de mí en la fotografía nos rogó que consumiéramos la menor cantidad posible de agua, que no la desperdiciáramos, dada su escasez. Y así lo hicimos, ni una gota se nos escapó. Esto viene a colación de lo que dice Noa Tishby en su guía útil de Israel, libro al que me he referido en otra entrada anterior. Ella explica que, si naces en Israel, se te queda para siempre la costumbre del aprovechamiento máximo del agua, se te mete en la cabeza la idea de compartir la que hay, y así no se ven allí los espectáculos bochornosos de los grifos abiertos sin límite en tantos lugares de Occidente donde las restricciones deberían ser, también, la norma. Esto lo sabía bien nuestro monje, que en pocos segundos nos enseñó una lección para roda la vida.
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