Los petirrojos han vuelto, qué alegría. Pero este que se posa en el caracol de mármol que hizo el escultor Armando Martínez no es aquel que era tan confiado que se lo comieron los gatos de los vecinos. Debe de ser descendiente de ellos, eso sí. No es que esos gatos sean malos, no, es simplemente que obedecen a su instinto, que les dicta comer petirrojos, en ese sentido son buenos. Pero a mí me encantan estos pajaritos, esas manchas naranjas que revolotean entre las flores y en cuanto los miras con cariño se acercan a tu mano a ver lo que encuentran. Se diría que no tienen un gran instinto de supervivencia, pero ¿merece la pena sobrevivir en este mundo a cambio de desarrollar tanta desconfianza protectora? Que cada cual lo sopese en la balanza de su alma.
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